Mi Capital

domingo, agosto 27, 2006

CERVANTES, EL QUIJOTE, Y EL PERÚ

“Cervantes, diciendo”Mi reino es de este mundo, pero
también del otro”: ¡punta y filo en dos papeles!”
César Vallejo.

Constituye verdad de Perogrullo afirmar que la célebre obra de Miguel de Cervantes Saavedra, El ingenioso hidalgo Don Quijote de La Mancha, es una de las cuatro cumbres de la literatura universal de todos los tiempos. Esta constatación no radica solamente en la infinidad de estudios y ediciones que tiene, la traducción a todas las lenguas vivas del planeta, ni que constituye fuente de interés del pensamiento científico y filosófico; sino que Cervantes, como afirma Hegel al reflexionar sobre las características del genio, se presenta ante el mundo como un “verdadero genio” – porque - se adueña precozmente de la parte exterior de la ejecución técnica” – y - “ha sabido dominar de tal modo los materiales en apariencia más pobres y rebeldes, que estos quedan forzados a recibir y representar las concepciones más íntimas de su imaginación”.[I] Sin embargo, y aunque parezca increíble, la genialidad de Cervantes estuvo a punto de quedar en el más oscuro anonimato, es decir, el no realizarse mediante la escritura del Quijote si se hubieran cumplido sus deseos de venir al Nuevo Orbe, con la intención de obtener un puesto en la burocracia virreinal y, de esta manera, solucionar los crónicos problemas económicos que lo aquejaron en vida. Pero, como la historia tiene sus propios y misteriosos mecanismos, afortunadamente se dieron un conjunto de circunstancias que frustraron su empeño, y gracias a ello se decidió a escribir su célebre novela, hecho que la humanidad le agradece.

Cervantes, el Perú y Ricardo Palma.
Era el año 1597, Miguel de Cervantes contaba con cincuenta años de edad, antes había recorrido gran parte de España en busca de los dineros que le permitieran solventar los gastos de manutención familiar, incluyendo una estada en la cárcel acusado de estafa. Asimismo, en su condición de creador ya había escrito La Galatea y sus Entremeses, obras que apenas le permitieron cierto respiro económico y discreta notabilidad. En esta circunstancia, enterado desde hacía mucho tiempo sobre los portentos de América, tomó la decisión de trasladarse al Perú para obtener un puesto vacante en la burocracia virreinal. Este acontecimiento fue comentado por Ricardo Palma, en Monja y Cartujo, en lo siguientes términos:
“(Corregidor de la imperial Villa, Potosí, Alto Perú) Cargo fue este tan apetitoso que en 1590 lo pretendió nada menos que el inmortal Miguel de Cervantes Saavedra, aunque no recuerdo dónde lo he leído que no fue este, sino el Corregimiento de La Paz, el codiciado por el ilustre vate español. ¡Cuestión de nombre! A haber recompensado el rey los méritos del manco de Lepanto, enviándolo al Perú como el anhelaba, es seguro que el Quijote se habría quedado en el tintero, y no tendrían las letras castellanas un título de legítimo orgullo en libro tan admirable. Véase, pues, cómo hasta lo reyes con pautas torcidas hacen renglones derechos; que si ingrato e injusto anduvo el monarca en no premiar como debiera al honrado servidor, agradecerle hemos la mezquindad e injusticia por los siglos de los siglos los que amamos al galano y conceptuoso escritor, y lo leemos y releemos con entusiasmo constante (1) En julio de 1594 presentó Cervantes un memorial al soberano pidiendo que le confiriese en América uno de estos cuatro empleos a la sazón vacantes: la contaduría de las galeras de Cartagena, la tesorería de Bogotá, el gobierno de la provincia de Soconusco en Guatemala o un corregimiento en el Alto Perú, y con la preferencia en de Chuquiavo (La Paz)”[II]

No obstante las continuas referencias que Palma efectuó sobre Cervantes en sus Tradiciones (ver: “El conde condenado”, “Charla de viejo”, “Los versos de cabo roto”), donde muestra su más elevada admiración por el genial castellano, no explicó las valoraciones del Manco de Lepanto sobre el Perú, e igualmente las formas de receptividad que Lima dispensó en el siglo XVII al Quijote.

El Perú en la imaginación de Cervantes.
El Perú, palabra surgida en forma misteriosa en los primeros lustros del XVI para designar a los territorios de las Indias Occidentales al sur de Panamá, tal como recuerda Porras (en su El nombre del Perú), significó a las empobrecidas masas de españoles de origen andaluz, mayoritariamente, la posibilidad de encontrar la “tierra prometida”, una suerte de Ofir - aquel bíblico territorio de la reina de Saba que encandilaba la imaginación de los súbditos del Rey Salomón –, prodigio del deseo humano caracterizado por la abundancia del oro y la plata, las piedras preciosas y los más exquisitos potajes que sólo la divina naturaleza es capaz de crear. La leyenda del dorado o el lugar donde es posible el encuentro de la riqueza, o si se quiere el paraíso del nuevo mundo llamado Perú, seguramente despertó el entusiasmo de la mísera población española XVII que, según datos proporcionados por la estadística contemporánea, era en un 95% del total nacional absolutamente analfabeta. Cabe señalar que hacia 1940 el analfabetismo en España alcanzaba el 60% del total nacional. De modo, que el denominativo El Perú significaba a los españoles de fines del XVI la tierra prometido, la posibilidad de salir de la exclusión, la pobreza y, para ello, bien valía arriesgar la vida en la travesía transatlántica, internarse en la aventura que representaba la tierra americana, en particular la peruana, si con ello alcanzaba su más caro sueño: salir de la pobreza. Miguel de Cervantes no fue la excepción, y soñó como cualquier español con el nombre del Perú. En el capítulo XLII de El Quijote, Que trata de lo que más sucedió en la venta y de otras muchas cosas dignas de saberse, escribió:
“(…)Mi hermano menor está en el Perú (subrayado: RFB) tan rico, que con lo que ha enviado a mi padre y a mí ha satisfecho bien la parte que él se llevó, y aun dado a las manos de mi padre con que poder hartar su liberalidad natural(…)[III]

Como puede apreciarse, el denominativo El Perú aparece en el imaginario de Cervantes exactamente igual a lo percibido por cualquier simple español, es decir – tal como se ha señalado – como el lugar donde es posible encontrar la felicidad. Pero este homenaje al Perú no sólo quedó registrado en su inmortal obra, sino que también fue repetido por él años después a la primera edición de El Quijote. Precisamente en el cuento Rinconete y Cortadillo, anotó:
“(…) También topé – dijo el viejo -, en una casa de posadas, de la calle Tintores, al judío de clérigo, que se ha ido a pasar allí por tener noticia que dos peruleros (subrayado, RFB) en la misma casa, y quería ver si pudiese trabar juego con ellos aunque fuese de poca cantidad, que de allí podrá venir mucha (…)[IV]

El perulero es – tal como se ha sostenido en párrafos anteriores – el español pobre, analfabeto, originario de Andalucía, que se embarca a como de lugar para trasladarse al Nuevo Mundo, y esta dispuesto a todo con tal de lograr su cometido, como es el salir de la pobreza. Así, se cuentan por miles los andaluces que arribaron a América, principalmente al Perú, en la condición de busca fortunas, y una vez que lograban su cometido retornaban a España para disfrutar sus riquezas y sostener en sus tertulias toda una gama de afirmaciones y exultaciones sobre el Perú. No cuesta mucho trabajo sostener que, probablemente, el perulero, haya sido el sujeto que más propagandizó la leyenda de el dorado. Precisamente, en su condición de Contador de Cuentas del Consejo de Indias de Sevilla, el criollo peruano Antonio de León Pinelo escribió en el XVII El paraíso en el nuevo mundo (Sevilla, 1653), donde afirmaba que el Ofir, mítico lugar bíblico, había estado en el Perú. Evidentemente, León Pinelo no era perulero, sin embargo, al parecer, por lo que escuchaba decir en Sevilla sobre su patria de origen, en particular lo expresado por los andaluces que retornaban a España cargando una gran fortuna, decidió escribir un libro de exultación al espacio y tiempo peruano. Claro esta, que la edición de las Novelas ejemplares precede en casi 40 años al libro de León Pinelo, sin embargo, el ensayo de éste permite situar con precisión el imaginario sevillano respecto al Perú, es decir, lugar donde la oportunidad de ser rico se encuentra, casi, al alcance de la mano. Cervantes, pues, en Rinconete y Cortadillo no hizo otra cosa, que recoger el comentario de la calle y a su protagonista, el perulero, respecto al oro del Perú.

El Quijote en el Perú del XVII.
Como es harto conocido, o constituye lugar común afirmar, en 1605 se editó la primera parte del Quijote. Sabido es que en España del XVII la obra fue discretamente recibida por la crítica y el público en general. Sin embargo, la situación en el Perú y México fue distinta a lo presentado en España. Luis Alberto Sánchez, en el tomo segundo de su Literatura peruana, bajo el acápite Los escritores albados por Cervantes[V], recuerda que Cervantes en La Galatea expresó una profunda admiración por las realizaciones literarias que tenían lugar en el Perú. Asimismo, nos hizo saber que al poco tiempo de estamparse la primera edición de El Quijote se despachó desde España 100 ejemplares hacia América, de cuyo total 70 fueron traídos expresamente al Perú. Y, sobre lo mismo, Raúl Porras Barrenechea, en conferencia que diera en el Teatro Municipal de Lima en 1946, con ocasión del homenaje al célebre Francisco de Vitoria O. P., expuso Cervantes y el Perú, donde pergeño conceptos similares a lo sostenido por Sánchez. Es decir, y en otras palabras, quedó establecida la relación entre Miguel de Cervantes Saavedra con el Perú a través de lo expuesto por éste en La Galatea. La situación fue, pues, distinta a lo sostenido por ambos clásicos del pensamiento peruano. Cervantes, tanto en el Quijote como en Novelas ejemplares - tal como se ha visto en párrafos anteriores – tuvo una visión sobre el Perú exactamente igual a lo sostenido por los peruleros, además, claro esta, de los conceptos que vertiera sobre los peruanos, tal como nos recuerdan Sánchez y Porras. Aquí, cabe la interrogante ¿y qué pensaban los peruanos del siglo XVII sobre el Ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha?
En 1630 con ocasión del nacimiento de Baltasar Carlos, Príncipe de Asturias, heredero del trono de España, tuvo lugar tanto en Madrid, Salamanca, como en Lima la realización de fastuosas fiestas destinadas a celebrar dicho acontecimiento político y social. Según comentarios de la época[VI], la fiesta que se organizó en Lima -y en contra de lo dispuesto por el Virrey Luis Jerónimo Fernández de Cabrera, conde de Chinchón - se caracterizó por la espontánea organización y participación de instituciones como la Universidad de San Marcos y el pueblo llano como eran los criollos pobres, mulatos y mestizos indo hispanos. Un testigo presencial de dicho acontecimiento, Juan Antonio Suardo, informante del rey, al describir la participación de la Universidad de San Marcos, mediante el desfile de carros alegóricos en número de veinte, escribe:
“A 16 (de 1631) (…) Tiraban el carro caballos armados y el cochero era el rey Turno; delante del carro iba la victoria muy bien aderezada en un caballo blanco y le acompañaron todos los más famosos capitanes del mundo, antiguos y modernos, también le acompañaron, a lo gracioso, los doce pares de Francia y los caballeros aventureros Amadís de Gaula y entre ellos don Quijote y Sancho Panza (subrayado: RFB) (…) [VII]

El siglo XVII peruano, frente a lo pudiese pensarse en esta época de oscuridad por lo acontecido en el periodo virreinal de nuestra historia, fue notablemente prolífico en información cultural y asesado en creatividad. Pero estos milagros de la razón, no fueron producto del azar, sino de un bien aflatado sistema de reproducción educativa conducido por la universidad que hacía llegar a la sociedad llana los hallazgos del pensamiento académico. Como puede apreciarse en la estampa registrada por Suardo, el personaje que Garci – Ordoñez de Montalvo hiciera famoso entre el público simple español, tal es el caso de Los cuatro libros del virtuoso caballero Amadís de Gaula (Zaragoza, 1508), fue ampliamente conocido por la población limeña. Es más, demuestra que las novelas de caballería con su héroe máximo como es el caso de Amadís de Gaula, circulaban ampliamente. Y, sobre todo, que el pueblo reconocía la liviandad argumentativa de dichas novelas y, precisamente por ello, festejaba la presencia del Quijote y Sancho Panza, los que eran mostrados públicamente con la finalidad que los espectadores hallen por contraste la crítica de Cervantes a los personajes instituidos por Garcí – Ordoñez de Montalvo.
Cabe subrayar, de acuerdo a lo registrado por Suardo, que la exhibición de San Marcos tenía como contexto de su desfile alegórico a la farsa que los mulatos habían realizado en la plaza mayor de Lima. Así, escribe Suardo:
“A 3 de febrero (de 1631) Este día por la tarde los mulatos de esta ciudad empezaron sus fiestas y justas reales para celebrar el nacimiento del Serenísimo Príncipe Baltasar Carlos, nuestro señor, representadas en el robo de Elena (…)”[VIII]

En la farsa se presentaron en el tabladillo, agrega Suardo, los célebres personajes homéricos como Aquiles, Paris, Elena, Héctor, Príamo, siendo la escenografía “un pedazo de lienzo de pared con puerta grande, que representaba la gran ciudad de Troya”[IX]. Esta farsa, prefigurada por los mulatos revela, pues, que alguien les había informado sobre las características de la obra y se encontraban en perfecta posesión del contenido de tan célebre obra clásica. Por tanto - no obstante la precariedad editorial por los altos costos que representaba la impresión de libros - el pueblo llano como los mulatos y mestizos con seguridad se las agenciaron para tener acceso a las obras clásicas greco – latinas. Asimismo, pone de manifiesto, de acuerdo a lo mostrado por la Universidad, que la inmortal novela de Cervantes no les era ajena; por ello disfrutaron la presencia de don Quijote y Sancho por las calles de Lima y seguramente dedujeron situaciones intelectuales básicas en torno a los enjundiosos diálogos entre El Caballero de la triste figura y su Escudero, o hicieron comentarios de diversa índole frente a los poderosos relinchos de Rocinante cada vez que escuchaba la palabra justicia.
El pensar sobre los vínculos de Cervantes con el Perú en este año evocatorio a la primera edición de El ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, nos ha permitido reflexionar, también, en torno a la expansión del castellano tanto en España como en América Latina. Así, hemos cruzado puentes invisibles, trochas etéreas, desiertos de nada, océanos enigmáticos; en cada uno de estos lugares que la imaginación tejió apareció la voz difícil a manera de calificativo al trabajo emprendido. Afortunadamente el vocablo poesía viene a nuestro auxilio para expresar a manera de conclusión sobre nuestro punto de vista a través del hermoso soneto La sangre del espíritu escrito por Miguel de Unamuno:
La sangre de mi espíritu es mi lengua,
Y mi patria es allí donde resuene
Soberano su verbo, que no amengua
Su voz por mucho que ambos mundos llene.

Ya Séneca la preludió aún no nacida,
Y en su austero latín ella se encierra;
Alfonso a Europa dio con ella vida,
Colón con ella redobló la tierra

Y esta mi lengua flota como el arca
De cien pueblos contrarios y distantes,
Que las flores en ella hallaron brote

De Juárez y Rizal, pues ella abarca
Legión de razas, lengua en que a Cervantes
Dios le dio el Evangelio del Quijote.









[I] Hegel, Federico. De lo bello y sus formas. Ed. Espasa – Calpe, Madrid, 1946; p. 117.
[II] Palma, Ricardo. “Monja y Cartujo”. En: Tradiciones peruanas, Ediciones Culturales, Lima, 1973, t. II; pp. 295 - 296.

[III] Cervantes Saavedra, Miguel. El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha. Cap. XLII,

[IV] Cervantes Saavedra, Miguel. “Rinconete y Cortadillo”. En: Novelas ejemplares. Ed. Espasa – Calpe, Madrid, 1959; p. 97.
[V] Sánchez, Luis Alberto. Literatura peruana. Emisa Editores, Lima, 1988; t. II; pp. 498 – 511.
[VI] Cf. Falla Barreda, Ricardo. Sobre lo bello y sus formas del Reino del Perú indiano: la voz testimonial del XVII. Ed. San Marcos, S. A., Lima, 2004 pp. 93 – 107.
[VII] Suardo, Juan Antonio. Diario de Lima (1629 – 1634). Archivo General de Indias: Manuscrito. Impreso: Consejo Provincial de Lima, Comisión del IV Centenario, Imprenta C. Vásquez, Lima, 1936; p. 118.
[VIII] Suardo, Juan Antonio. Ob. Cit., p. 112.
[IX] Ibidem, p. 112.