Mi Capital

domingo, diciembre 24, 2006

“Escucha Ulises mis palabras…”. Acercamiento a Interludios de Ricardo Falla Barreda

Guissela Gonzales Fernández


“Tengo los ojos fijos en el tiempo”

Siempre que se ha hablado de la generación del 70 se ha señalado la variedad de manifestaciones poéticas que en ella se encuentran, no solo publicaciones de manifiestos y programas colectivos, sino también la aparición de diversos grupos como “Estación Reunida”, “Hora Zero”, “Gleba”, “Nueva Humanidad”, entre otros.
Influencias heterogéneas, de lo más variadas, se encuentran en esta generación; desde la poesía contemporánea en lengua inglesa que ya había tenido repercusiones entre los poetas del 60, los poetas beatniks norteamericanos, la obra del nicaragüense Ernesto Cardenal, hasta la poesía de Arguedas y, sin duda, Vallejo. Todas ellas dieron origen a una multiplicidad de tendencias, se lograron asimilar los aportes de poetas ingleses y norteamericanos y en una óptica más bien popular, se mostró gran interés por el lenguaje coloquial. De modo que la diversidad de propuestas se plasmó en lenguajes poéticos muy variados entre sí.

Es este también el momento en que la poesía escrita por mujeres comienza a tener un desarrollo inusitado, y es que las poetas que aparecen realizan con su obra un viraje en relación a lo planteado por generaciones anteriores, viraje inesperado pero feliz, en lo que a lenguaje y temática se refiere. En la poesía de María Emilia Cornejo, Carmen Ollé, Rosina Valcárcel, Sonia Luz Carrillo, Luz María Sarria, etc., encontramos el testimonio de mujeres desgarradas entre las normas convencionales que la sociedad les tiene señaladas y la tentación del desacato, de la insumisión; en ellas es visible el espíritu contestatario, cuestionador de normas opresivas y sistemas patriarcales.

Ricardo Falla Barreda pertenece a esta generación, a la llamada Generación del 70, en cuyos veneros irritados e iconoclastas han bebido muchas promociones de poetas en nuestro país. Sus primeros libros: Pequeña historia de conciencia (Lima, 1971), Contra viento y marea (Lima,1973) y Mi capital (Lima, 1979), revelan mucho del ambiente que se vivió con fervor en aquellos años. Falla fue, conviene recordarlo, uno de los fundadores de Gleba Literaria cuyo espíritu iconoclasta según apunta Jesús Cabel[1] “llegó a los límites del movimiento Hora Zero”. Siguiendo a este estudioso podemos decir que de todos los poetas que integraron este grupo, aunque tiempo después renunciaría a él, fue Falla quien logró elaborar una obra más consistente y sólida en la que la temática social se une a un cuidadoso trabajo estético:
“Nuestro dolor es más veloz que nuestros pasos/ nuestros hijos tiritan de ignorancia y de frío/ a 200 millas cercanas/ algunas nucas conservan la paciencia/ de su dorado lecho/ (…) No es tiempo de hablar/ muchas palabraas/ hay que decir lo necesario/ y / pensar lo que vamos a decir mañana/ Los hombres tenemos que construir la alegría/ y es por eso que pienso tanto en el camino/ ese que a diario pisamos a simiente/ para dirigirnos a nuestro destino/ a cuyas riberas bosques/ de ojos/ nos atisban(…)” [2].

Después vino otro libro, el último que Falla publicó antes de Interludios: “Poesía abierta” (Lima, 1982). Tuvieron que pasar más de 20 años para que el poeta decidiera publicar un nuevo libro. Y lo que tenemos ahora es una poesía madura, más trabajada, en la que inevitablemente, producto del tiempo y la reflexión, se han producido una serie de innovaciones.

Interludios, está dividido en dos apartados, el primero se titula “Como en una gavilla” y, tal como su nombre lo indica, se trata de un conjunto de poemas, algunos de ellos, los primeros, dedicados a figuras como Amarilis, Ulises, el Señor de Sipán, John Lennon, el Quijote, etc., una suerte de homenajes en los que el locutor intenta establecer un diálogo con ellos. Los poemas que siguen, todavía dentro de esta primera parte, abordan más bien con cierto detenimiento una temática intimista vinculada a la reflexión sobre lo cotidiano y el oficio del escritor pero, finalmente, la temática se extiende, ya no son estos personajes, ya no es el poeta mismo, finalmente es el hombre, la condición humana. En esta primera parte somos testigos de todo un desarrollo que va de lo individual a lo genérico, a lo humano. En la segunda parte titulada “A un verso que llega” encontramos una exploración un tanto detenida del tema amoroso. Debemos señalar, sin embargo, que los poemas de ambos apartados giran en torno a un gran tema que es el que le da unidad al libro: la reflexión sobre el lenguaje y sus límites, los vínculos que este tiene con el amor, el silencio y el tiempo.


“¡Oh palabra que sacias los significados del pensar!”

Desde el primer poema que lleva el título “Ante los ojos de Joseph K.” se plantea el tema que articula toda la obra. Dirigiéndose al amigo el locutor dice:”Dejo de leerte/ sabiendo que has muerto” es decir la existencia humana y la vida misma son vistas y asumidas a partir de los signos, “habla conmigo” le dice “pero no entre pedazos de lágrimas/ sino desde una invención/ que consienta lo que es el espíritu/ de las letras en su espacio vivo” y es que es solo a través de las palabras que las cosas y el pensamiento se hacen tangibles, y continúa “¡Oh palabra que sacias los significados del pensar!/ Dime/ ¿Dónde está Joseph K?/ Te pregunto mientras tiendo palabras/ sobre el puente de letras/ ¿Lo sabes?/ Dime/ ¿Lo sabes?”. Hay una demanda angustiada de certezas y el locutor busca la respuesta en las palabras. Sin embargo, la única respuesta es el silencio: “Silencio silencio silencio/ Es tarde/ la noche avanza para volver/ solo queda la pregunta/ Joseph K/ espero/ espero/ tu cuerpo inexistente/ hasta que llegue el día”. Algo similar ocurre en el poema dedicado a Ulises, hacia el final el yo poético dice: “No doy más/ Ulises/ renuncio a conversar contigo/ Me has engañado/ el silencio aparece escrito en letras sin idioma”. No hay respuesta, no hay respuestas posibles. Frente a la magnitud de algunos acontecimientos, parece decir el poeta, solo queda el silencio.

En “Epístola a Amarilis” la escritura cumple diversas funciones: es, por un lado, la única manera de luchar contra el tiempo: “Te escribo Amarilis porque la oscuridad y el olvido/ impiden que el agua dulce moje los colores/ que te hacen para siempre de día/ sonido de tiempo/ sílaba/ flor de ti”. Por otro lado, es el único medio de llegar a la poeta, de establecer con ella un diálogo: “Te escribo porque una voz que me viene de lejos/ me hace ver los bordes penumbrosos del silencio/ como el aire helado capaz de congelar los/ sentimientos/ de hablar con alguien/ Te escribo porque es imposible desnudar la poesía/ sin que las sutilezas de cada momento/ me abrumen de preguntas/ por la silva a la altura de tu ser”. Y es que Amarilis no puede ser imaginada lejos de la poesía, desvinculada de la escritura, Amarilis es la escritura en esencia, el poema mismo: “Y te veo Amarilis/ porque eres una surtidora de poemas/ porque eres una surtidora/ porque eres un poema (…)”.

Mientras que en el poema dedicado al señor de Sipán, “Variaciones ante el mundo de bronce”, es más bien el silencio el que permite una comunicación plena y una reactualización del pasado: “Todo es silencio/ silba el viento entre recuerdos y razones/Los fantasmas sin nombre aparecen/ en lo confuso que se mueve/ canta el fuego de un incendio/ y de sus llamas surgen/ los jefes que pueblan las páginas de este mundo/ extinto/ sin embargo vuelven a esta hora a mi memoria/ como almas despertándose/ de un pasado que se cumplió/ y de tanto haberse realizado/ me imprecan por el futuro que soy/ Todo es silencio”. No obstante el poeta busca la palabra en un intento por expresar la magnitud del encuentro entre su presente y la magnificencia del pasado que avizora: “(…) estos ojos que conocen el cotidiano tiempo/ se ahogan silenciosamente tras los párpados/ al mirar las paredes de Sipán/ Y el pensamiento salta en pos de la palabra/ que revele el destino del tiempo en esta tierra perdida/ ¿Oh desgracia! ¿Oh luz sin alma! ¿Oh terrible instante del vacío! Me digo al contemplar la gran distancia/ que hay entre la imaginación y lo que siento”.

Más adelante, después de esta primera serie de poemas, cuando el locutor comienza a entrar en su universo personal, hallaremos, como en “Exposición emotiva”, reflexiones más hondas y desgarradas sobre el acto de la creación el poema podría entenderse incluso como una suerte de arte poética. Se inicia con una afirmación: “El verso/ se encuentra en el pulso y exigencia de la calle”. Lo que se señala es el peso que la realidad tiene o debe tener en el momento de la creación. Pero si al comienzo se señala la importancia que debe tener la realidad, rápidamente se toma conciencia de la insuficiencia de la palabra para explicarla: “Y verso/ y verso/ en medio de la calle/ contemplando el invisible paso del llanto/ de un hombre con la cara al suelo/que al mirar su sombra/ descubre la lengua de los que viven por gusto/ Y verso/ y verso/ con la palabra en la boca/ frente a un cartel de ortografía dudosa/ y me falta ánimo/ frente a los que cavan el aire/ y me falta verso/ y me falta llanto” y es que aunque el poeta tiene la misma conciencia y el mismo apasionamiento que cuando joven, las palabras no logran expresar todo lo que puede percibir: “así/ entre desgarrones y fluir de evidencias/ las manos tan solo avanzan/ por el camino que traza cada letra/ porque yo sé/ y todos deberíamos saberlo/ que el poema graba sus láminas/ hacia adentro”.


“Y escribo para dibujarte con mis ojos”

En la poesía amorosa escrita por Falla antes de Interludios se percibe la fascinación del yo poético por el conocimiento de la amada, la expectativa y el deseo, la posibilidad de formar parte de ella, de su mundo: “Si pudiera ingresar al sendero de tu voz/ si pudiera ingresar a tus ojos/sin edad/ conservando la estación de los árboles” [3] le dice a la amada, pero también está presente la necesidad de hacerla parte de su propio universo: “ Mira mis ojos quemados por el polvo/ atísbalos/ en las noches/ ahora que los días/ nos descubren soledades” [4].

En Interludios la amada y el sentimiento amoroso son vistos desde otra óptica, ya no hay expectativa por aquello que se va a conocer sino certezas, la certeza de saberse amado, la certeza de saber que se ha compartido, la certeza de saber que el otro está ahí. Pero además y como señalamos líneas arriba, el amor está también vinculado a la poesía: “Sí amor/ estás ahí/ en el poema aunque no esté a tu lado/ en los modos del tiempo/ en la palabra/ y en lo que queda de mi palabra…” Por otro lado, es la creación, lo que le da sustento a todo, incluso al amor, en determinado momento el yo poético dice: “No digas nada/ es hora de volar/ como una hoja en blanco/ Espérame/ Enciéndete/ Hoy la poesía nos consume” no es el amor, no dice “el amor nos consume” sino “la poesía nos consume”, poesía y amor parecen entonces constituir una misma esencia
.
Es pues a partir de la poesía que se explica y tiene sentido nuestra existencia,.lo único que puede salvarla, como dice el poeta en “Ante el amanecer de un día cualquiera”: “con el sonido/ de un nuevo poema/ cambio de rumbo/ en busca/ del mundo donde no hay sufrimientos/sino la aventura de los ojos/ ante el azul del cuadro/ pintado por el fuego de la luz”.

[1] Cabel, Jesús. Fiesta prohibida. Apuntes para una interpretación de la poesía peruana 60/80.Lima, Sagsa, 1986. p 103.
[2] Falla Ricardo. Contra viento y marea. Lima, ediciones Poesía, 1973.Pp. 50-52.
[3] Véase “Para ser cantado a una voz” en: Falla Ricardo. Poesía abierta. Lima, Ediciones Quilca, 1982. pp. 43-45.

[4] Véase “En torno al amor”. Ibid. Pp. 41-42.